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El pino viajero

A veces hay excentricidad en nuestras rutinas. Aquí comparto una muy personal, que tiene como protagonista a un lindo abeto que decidí llamar "el pino viajero".

Por. Paula Parot

Esta es la historia de mi abeto, pino fiel y afortunado. Llegó a nuestra casa en 2017, cuando compramos nuestro refugio en la nieve, y la terraza lo esperaba con ansiedad. ¡Cómo no! si no hay nada más bonito que ver las ramas de un pino nevado.

Se lo encargamos a la paisajista Macarena de la Maza hace exactos 5 años, y todavía me acuerdo cuando, asomado en un camión, apareció nuestro abeto. Al término de la temporada de esquí y después de haber gozado de muchas tardes a su lado disfrutando de la nieve y convertido casi en uno más de la familia, nos preguntamos: ¿qué hacemos con el pino? No tuvimos corazón para dejarlo allá y decidimos trasplantarlo en Santiago.

 ¿Trasplantar? Todos opinaban que era un homicidio de primer grado.

Nuestro abeto bajó en septiembre desde la Cordillera a nuestra casa en Santiago para quedarse en un lindo macetero en el jardín. Llegó el siguiente invierno, y éste volvió a nuestro querido refugio. Han pasado años de subidas y bajadas, siguiendo las temporadas y, contrario a todo pronóstico, nuestro pino ha crecido, lindo y agradecido. 

Hace dos años hizo su debut como ícono de nuestra navidad.

Confieso que un lindo abeto es parte de mi familia. Respira el aire puro de la montaña durante el invierno y disfruta nuestra casa el resto del año, siempre junto a Tolo, nuestro Golden Retriever.

Y es que a veces son esas pequeñas excentricidades, que para algunos pueden ser derechamente locura, las que le dan algo distinto a la rutina. En mi caso, el querido pino viajero, como ya lo hemos bautizado, ha sido capaz de llenar de magia nuestra vida en la ciudad y también en la montaña, donde estoy segura que se siente como en su casa.

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